Un equipo de investigadores de la Universidad de Almería (UAL) ha revelado que, para los ratones, vivir en ambientes saludables reduce las posibilidades de consumir azúcar o alcohol en grandes cantidades. Además, han apuntado que mitigar estos atracones previene posteriores adicciones.
Tras realizar diferentes pruebas en distintas subpoblaciones de ratones, caracterizando la ingesta de sacarosa que replica, a escala animal, lo que les ocurre a las personas, se constató que, cuando los ratones adultos expuestos a un consumo de sacarosa en oscuridad a largo plazo disfrutaron de condiciones de enriquecimiento ambiental (podían realizar ejercicio físico, juegos y convivían en grupo) se reducía de forma inmediata la ingesta.
Su objetivo era comprobar si un cambio positivo en el ambiente (alto nivel de interacción social y promoción del deporte y el juego) reduce, evita o previene los atracones, tanto de azúcar como de alcohol, sin tener que recurrir a los medicamentos.
Como indica la principal responsable de la investigación, Inmaculada Cubero, se trataba de realizar un abordaje temprano de la adicción y prevenirla, a través de controles de los episodios previos de ingesta por atracón, con herramientas puramente psicológicas como alternativa a las terapias farmacológicas: “Somos los primeros en el mundo que hemos optado por poner la mirada en las etapas iniciales de consumo antes de que se desarrolle la adicción”, precisa.
Para los autores, la exposición a estos espacios genera un efecto terapéutico y las conclusiones de este trabajo, recogidas en dos estudios publicados en Frontiers in Behavioral Neuroscience y Appetite, son extrapolables a los seres humanos.
¿Por qué se desarrollan las adicciones?
Poniendo el foco en la reducción del consumo repetitivo de comidas y drogas y en la prevención, más que en la cura, de la adicción a estas, estudiar este fenómeno episódico puede ser la antesala para comprender por qué se desarrollan posteriormente las adicciones, tanto a alimentos dulces como a alcohol.
Por ello, la línea de investigación se ha centrado en responder a una pregunta: ¿por qué los humanos tienen una tendencia a consumir comida por impulsos y de forma compulsiva; y más en concreto, de sustancias dulces o que lleven azúcares añadidos, así como drogas o alcohol?
La respuesta podría estar en los fenómenos neuronales o nerviosos que producen el alcohol y las sustancias azucaradas: «Existen paralelismos que son absolutamente completos. Hay muchos sistemas y mecanismos cerebrales que se comparten para que finalmente una persona desarrolle una adicción a comida o a alcohol«, asegura Cubero.
Además, los investigadores apuntan que el momento más crítico es la adolescencia: “Cuando somos adultos jóvenes existe un alto riesgo de ser expuesto a la posibilidad de, libremente, elegir los consumos excesivos”, explica la catedrática.
“Existe un síndrome de adicción a comida que se manifiesta en la incapacidad para controlar y regular su consumo y que puede desembocar en obesidad. Este momento se considera una primera fase de alta vulnerabilidad, que si continúa de forma cronificada en el tiempo, existe un alto porcentaje de la población que acabarán desarrollando las adicciones propiamente dichas”, concluye la investigadora.