La dermatitis atópica o eccema atópico es una enfermedad inflamatoria crónica de base genética que se caracteriza por la sequedad de esta, lo que conlleva a su escamación e irritación y provoca picores intensos. Los problemas repetidos con inflamación de la piel suelen empezar entre el 2º o 3º mes de vida, durante los primeros 5 años.
Causas de la piel atópica
Los especialistas aseguran que la principal causa de esta enfermedad de la piel es la predisposición genética. Si uno de los padres o los dos la sufre, existe la probabilidad de que sus hijos la padezcan. Sin embargo, también puede ser por los siguientes factores:
- Clima/ubicación. Los climas fríos suponen un mayor riesgo de sufrir dermatitis atópica, al igual que las ciudades en las que hay mucha contaminación
- Género. Las mujeres tienen una propensión ligeramente mayor que los hombres a sufrir dermatitis atópica.
- Edad de la madre. Los niños de madres de mayor edad en el momento del parto tienen mayor riesgo que los de las madres más jóvenes.
Síntomas de la dermatitis atópica
La alteración de la barrera cutánea que se manifiesta en su piel tiene un tacto especialmente áspero, de aspecto seco y la inflamación crónica produce un picor intenso. Esta enfermedad afecta, sobre todo, a bebés y niños y, en menor medida, a los adultos. Las áreas de afectación varían con la edad del niño. En lactantes suele ser más frecuente en las mejillas, cuello y zona de extensión de codos y rodillas. En niños mayores de dos años suelen ser más frecuentes en las zonas de flexión de estas regiones y en el tronco. Es un trastorno que puede ir mejorando a medida que se van haciendo mayores.
Los niños con dermatitis atópica tienen una susceptibilidad mayor que otros niños de padecer infecciones de la piel, ya sea por bacterias, virus u hongos. También puede ser por la aplicación de algunos fármacos tópicos.
Esta enfermedad puede provocar una alteración en la calidad de vida de los niños y de sus familias. Ésta viene condicionada por los problemas con la ropa, la actividad física, la alteración del sueño, la imagen corporal por las lesiones y por la incomodidad de la aplicación de algunos tratamientos.
¿Cómo se puede curar?
Se deben seguir una serie de normas para el cuidado de la piel en los bebés:
- Es muy importante la hidratación diaria de la piel del bebé.
- No utilizar jabón para la higiene diaria, basta sólo con agua. En las zonas más sucias: (genitales, pies y zonas de roce) un preparado a base de avena o un limpiador «sin jabón» evitará la agresión de la piel. Se empleará poca cantidad y siempre justo antes de salir de la bañera.
- Deben evitarse las esponjas.
- Un baño emoliente –añadiendo aceite de baño al agua- a unos 32-33º C es preferible a la ducha, ya que suaviza la piel, calma la irritación e hidrata la piel aumentando su flexibilidad.
- Hay que secar suavemente sin frotar, manteniendo cierto grado de humedad, aplicando inmediatamente una crema hidratante –mejor que loción- en cantidades generosas. En caso de gran sequedad, la crema hidratante puede aplicarse dos veces al día.
- Las uñas deben estar siempre bien cortas y limpias para evitar lesiones de rascado.
Recomendaciones para prevenir la piel atópica
- Intentar identificar y evitar los posibles factores desencadenantes en cada caso: piel seca, estrés, irritantes (algunos tejidos sintéticos, cloro de las piscinas, alimentos ácidos como la salsa de tomate), infecciones en la piel o el sudor.
- No vestir ropa muy ceñida, áspera o irritante. La ropa más adecuada es la de algodón.
- Evitar el abrigo excesivo, especialmente por la noche.
- Lavar la ropa con un detergente suave.
- Si hay lesiones en los pies es conveniente utilizar zapatos que favorezcan la transpiración o evitar aquellos fabricados con productos sintéticos (deportivas de interior sintético, zapatillas de lona o calzado con suela de goma en contacto directo con la piel).
- Evitar la presencia de animales domésticos (gatos perros, pájaros), así como la ropa de cama con plumas.
- Evitar una exposición excesiva al polvo doméstico, dado que contiene ácaros.
- En cuanto a la alimentación, por regla general no existe ningún régimen específico, excepto si se padece una alergia alimentaria, que habrá que descartar mediante pruebas de alergia. Los alimentos más alergénicos son el huevo, la leche, los frutos secos, la soja, el trigo y el marisco.