La dislipidemia es un trastorno muy común en la población actual y, aunque a menudo no produce síntomas evidentes, puede tener consecuencias graves si no se trata a tiempo. Conocer en qué consiste y cuáles son las formas más efectivas de abordarla es clave para proteger nuestra salud cardiovascular.
¿Qué es la dislipidemia?
La dislipidemia es una alteración en los niveles de lípidos (grasas) en la sangre. Estos lípidos incluyen el colesterol total, el colesterol LDL (conocido como “colesterol malo”), el colesterol HDL (“colesterol bueno”) y los triglicéridos. Cuando alguno de estos valores está fuera de los rangos recomendados, aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades como aterosclerosis, infarto de miocardio o accidente cerebrovascular.
Existen diferentes tipos de dislipidemia:
- Hipercolesterolemia: exceso de colesterol total o LDL.
- Hipertrigliceridemia: aumento de los triglicéridos.
- Mixta: cuando se combinan varios valores alterados.
Las causas pueden ser hereditarias (dislipidemia primaria) o adquiridas, vinculadas a factores de estilo de vida como una dieta poco saludable, el sedentarismo, el consumo excesivo de alcohol, el tabaquismo o ciertas enfermedades metabólicas, como la diabetes.
Cómo abordar la dislipidemia
El tratamiento de la dislipidemia tiene como objetivo reducir los niveles de colesterol y triglicéridos para prevenir complicaciones cardiovasculares. Los especialistas recomiendan un enfoque integral que incluye:
- Cambios en el estilo de vida
- Adoptar una dieta equilibrada, rica en frutas, verduras, cereales integrales, pescado y grasas saludables (como las que aporta el aceite de oliva).
- Limitar el consumo de grasas saturadas, azúcares simples y alimentos ultraprocesados.
- Practicar actividad física de forma regular, al menos 150 minutos a la semana.
- Mantener un peso corporal adecuado y controlar el perímetro abdominal.
- Tratamiento farmacológico: en algunos casos, los cambios en la dieta y el ejercicio no son suficientes. En estas situaciones, el médico puede indicar medicamentos como estatinas, fibratos o inhibidores de la absorción de colesterol, siempre adaptados a las necesidades de cada paciente.
- Controles médicos periódicos: es fundamental realizar análisis de sangre de forma regular para evaluar los niveles de lípidos y ajustar el tratamiento según sea necesario.
- Prevención y concienciación: adoptar hábitos saludables desde edades tempranas es la mejor estrategia para evitar la aparición de dislipidemia y reducir el riesgo cardiovascular a largo plazo.
La dislipidemia no debe subestimarse. Aunque pueda pasar desapercibida, sus consecuencias pueden ser graves si no se detecta y controla a tiempo. Con una alimentación saludable, ejercicio constante y seguimiento médico, es posible mantener bajo control esta condición y mejorar de forma significativa la calidad de vida.
