Si se deja sin tratamiento, la presión arterial puede desembocar en diferentes afecciones médicas: enfermedades del corazón, accidente cerebrovascular, insuficiencia renal, problemas oculares…
Para evita las patologías asociadas a la hipertensión es necesario llevar a cabo una dieta equilibrada que mantenga el sistema circulatorio sano. Los expertos denominan a este tipo de dietas “DASH” y están basadas en las siguientes pautas:
Alimentos bajos en grasa
Las grasas son necesarias para la dieta. Son convertidas por el cuerpo en fuente de energía y tienen especial relevancia en la construcción de tejido nervioso, hormonas o absorción de vitaminas.
Determinados tipos de grasa como las saturadas y las trans, que se encuentran en la comida rápida o los alimentos fritos, aumentan los niveles de colesterol LDL incrementando el riesgo de padecer hipertensión.
Evita el consumo de alcohol
A pesar de que algunas investigaciones señalan que el consumo de un vaso de vino puede resultar beneficioso para el organismo por sus propiedades antioxidantes es aconsejable limitar el consumo de alcohol en los individuos con prehipertensión pues el aumento del riesgo de hipertensión puede contrarrestar el posible efecto cardiovascular beneficioso del consumo moderado.
Vigila la sal
La sal degrada el endotelio de las capas elásticas que conforman las arterias lo que se traduce en aumento de la presión arterial.
La sal es necesaria en el organismo en pequeñas dosis pero si se sobrepasa la cantidad adecuada se puede producir retención de líquidos y aumento de la presión arterial. Necesitamos 1,25 g de sal al día y tenemos que tratar de mantener su ingesta por debajo de los 6 g al día (1 cucharilla de café): 6 g de sal = 2,5 g de sodio = 2.500 mg de sodio.
La fibra como aliado
La ingesta de frutas, verduras y legumbres ayuda a disminuir la presión arterial por su efecto diurético.
Mantén un peso saludable
La asociación entre obesidad e hipertensión se basa en que el exceso de peso genera alteraciones hemodinámicas (mayor volumen de sangre y gasto cardiaco) y metabólicas (más reabsorción de sal por el riñón, resistencia a la insulina, trastornos lipídicos) que predisponen al aumento de la tensión arterial. De hecho, el aumento del peso corporal se traduce automáticamente en una elevación de la presión arterial.